Elecciones guatemaltecas: ¿De Guatepeor a Guatemejor?

26.06.2023

Por Felipe Galli

Bernardo Arévalo y Sandra Torres se medirán en segunda vuelta el 20 de agosto.
Bernardo Arévalo y Sandra Torres se medirán en segunda vuelta el 20 de agosto.

Este 25 de junio, tuvieron lugar en Guatemala las elecciones generales. Unos 9,4 millones de guatemaltecos fueron llamados a elegir al presidente para el período 2024-2028 y a renovar los 160 escaños del Congreso, así como varias alcaldías municipales. El resultado aniquiló los pronósticos y terminó en un batacazo histórico. ¿Qué ocurrió?

Cuando comenzaban los primeros cómputos, gran parte de Guatemala contuvo la respiración. Era imposible. No podía ser cierto. Un candidato sin protagonismo mediático, rezagado en todas las encuestas y, para más sorpresa, ideológicamente progresista, encabezaba el conteo y pasaba a segunda vuelta contra Sandra Torres, viuda de Álvaro Colom y candidata perpetua del partido Unión Nacional de la Esperanza (UNE). Tal postulante es Bernardo Arévalo, del Movimiento Semilla, hijo del presidente revolucionario de la década de los 40s que, junto al desdichado Jacobo Árbenz, habían representado la única experiencia progresista en la sufrida historia del país centroamericano, azotado por la corrupción, la pobreza y la impunidad.

En el momento se lo acachó al hecho de que se trataba de las primeras mesas, que seguramente serían de centros urbanos pesados. En cuanto avanzara el escrutinio a regiones interiores, donde primaba el poderoso aparato político del gobierno y sus partidos afines, remontarían las fuerzas de derecha. Quizás el oficialista Manuel Conde (candidato del presidente Giammattei), quizás la temible Zury Ríos (hija del dictador y represor genocida de los 80s, Efraín Ríos Montt), quizás el religioso Armando Castillo o el conservador desabrido Edmond Mulet. Pero uno de ellos lograría más votos, pasaría a la segunda vuelta contra la eterna candidata Torres (lo que, desde el retiro de su difunto esposo, prácticamente se ha convertido en un ritual de acceso a la presidencia) y dejaría el suceso de Arévalo como un notable shock, un sueño impensado, pero sueño al fin.

Pudo ser como al 20 o 25% escrutado que los grupos de la dividida derecha guatemalteca comenzaron a preocuparse. Torres superó a Arévalo, pero este no caía lo bastante rápido y los que se le acercaban tampoco lograban suficientes votos para remontar. Conde seguía tercero pero la diferencia era demasiada. Zury Ríos, a quién los medios de todo el continente habían descrito como una nueva versión del vecino Nayib Bukele, se conformaba con un porcentaje que solo sería positivo como dato inflacionario. Mulet y Castillo prácticamente no existían.

El impacto era absoluto. No podía ser que meses de proscribir candidatos (como Carlos Pineda, que llegaba a la cabeza en algunos sondeos, o como Thelma Cabrera, del indigenista Movimiento por la Liberación de los Pueblos), de recurrir al acarreo de votantes (con denuncias la propia mañana de la elección), de intimidar a periodistas críticos o imputarle cargos a quienes se atrevieran a tocar temas sensibles, resultasen en semejante paliza. Que fuese posible que sufrieran la humillación de verse todos afuera del balotaje y que pasaran Torres (exponente del ala más moderada del establishment) y un outsider de centroizquierda. Era imposible.

Era, en tiempo pasado. Pudo ser cerca del 50 o 60% del escrutinio que quedó más o menos clara la irreversibilidad del suceso, aunque lo cierto es que hubo guatemaltecos que contuvieron la respiración hasta el final del conteo. Algunos con la vaga esperanza de una remontada de Conde que jamás llegó, otros con el miedo de que mover un músculo los despertara del sueño. Punto más, punto menos, el resultado fue que la derecha guatemalteca se tuvo que ir a dormir temprano, y que Sandra Torres y Bernardo Arévalo se verán las caras el 20 de agosto para definir quien, a partir del venidero 14 de enero, se hará cargo de la presidencia de la República de Guatemala.

Bernardo Arévalo durante su cierre de campaña en Ciudad de Guatemala.
Bernardo Arévalo durante su cierre de campaña en Ciudad de Guatemala.

"Nuestro profundo y total agradecimiento a las personas que nos dieron su voto de confianza. Gracias por su valentía y por dar un paso al frente", publicaba Arévalo en sus redes sociales pasada la medianoche, dando por sentado su pase a segunda vuelta. En una conferencia de prensa anterior, había anticipado su esperanza de que los resultados finales fueran creíbles, pero declaró que él y su equipo se mostrarían atentos a denunciar "cualquier intento de fraude".

Bernardo Arévalo es hijo Juan José Arévalo, primer presidente democráticamente electo en la historia de Guatemala, quien llegó al poder de la mano de la Revolución del 44 e impulsó un amplio programa de reformas en materia económica y social, continuadas en el mandato de su sucesor elegido en 1951, Jacobo Árbenz. Bernardo nació en 1958 en Montevideo, con su familia en el exilio: las políticas de Arévalo y Árbenz habían supuesto un serio peligro para los intereses de la poderosa frutera estadounidense United Fruit Company, lo que motivó una intensa campaña para acusar a ambos presidentes de comunistas y terminó detonando un golpe de estado en 1954 que instaló una dictadura militar y exilió a los revolucionarios.

Bernardo no se radicaría en Guatemala hasta los quince años de edad. Diplomático de carrera, habla cinco idiomas y ejerció como funcionario en varios gobiernos, llegando a ser embajador en España y viceministro de Exteriores en los noventa. En respuesta a las protestas contra la corrupción que sacudieron el país en el año 2015, Arévalo cofundó junto a varios dirigentes el Movimiento Semilla, por el que resultaría electo diputado nacional en las elecciones generales del año siguiente.

Es por este partido que Arévalo (con una plataforma progresista centrada en la democracia, las libertades civiles y el respeto a la pluralidad) se presenta ahora como candidato presidencial, logrando más de un 12% de las preferencias y posicionándose para un balotaje en el que el voto de una masa de guatemaltecos cansados de un establishment desgastado y enojados por la mala situación económica estará de su lado, pero en el que también tendrá que enfrentar la poderosa maquinaria estatal y una propaganda masiva de "pánico rojo" en un país profundamente conservador.

Este será el tercer intento de Sandra Torres de llegar a la presidencia.
Este será el tercer intento de Sandra Torres de llegar a la presidencia.

"No es que hayan sorpresas. Las elecciones se desarrollan y yo voy a respetar los resultados. Estos son un reflejo de la decisión del pueblo", publicaba a su vez Torres pasada la madrugada, antes de iniciar una gira por diversos medios de comunicación nacionales para expresar su opinión del resultado. La gran cantidad de entrevistas no extrañan y no resultaría raro que su presencia mediática se intensifique. A partir de esta noche, quién fuera la eterna relegada del establishment político-empresarial-mediático que rige Guatemala se convierte en su única esperanza en una segunda vuelta que se mira complicada.

Sandra Torres es un ejemplo de perseverencia política que raya en la obsesión. En 2011 llegó al punto de divorciarse de su marido (cuyo gobierno estuvo económicamente más a la izquierda que predecesores y sucesores pero social y políticamente fue igual de conservador, a la par que se caracterizó por fuertes acusaciones de corrupción) sin más objetivo que evadir las cláusulas constitucionales que prohíben al cónyuge del presidente en ejercicio disputar las elecciones. La Corte Constitucional no le avaló la estrategia y, de manera similar a como lo ha hecho con varios de sus contrincantes, rechazó su candidatura. Lograría presentarse en 2015, obteniendo un magro resultado contra Jimmy Morales, y en 2019, cuando ocupó el primer lugar en la primera vuelta y estuvo más cerca de vencer al derechista Alejandro Giammattei, pero de todas formas cayó derrotada.

Ahora, de acuerdo a los cómputos, sería la candidata más votada, pero con diez puntos menos que hace cuatro años (15% respecto a 25%, ubicándose detrás de los votos en blanco) y enfrentando un panorama cuesta arriba. Muchos de los votos opositores y juveniles que antes se plegaban a votarla contra dirigentes de derecha se pasarán sin dudarlo a su competidor, mientras que sus chances de resultar elegida presidenta pasan por el aval de dirigentes que la detestan.

Los gobiernos de Alejandro Giammattei (izquierda) y Jimmy Morales (derecha) han visto un fuerte deterioro del estado de derecho.
Los gobiernos de Alejandro Giammattei (izquierda) y Jimmy Morales (derecha) han visto un fuerte deterioro del estado de derecho.

Aunque está lejos de la brutal guerra civil que caracterizó la segunda mitad del siglo XX, los últimos ocho años han visto a Guatemala perderse en un espiral de violencia política, desastre económico y una brutal crisis migratoria que, lamentablemente, los grandes medios continentales ignoran. Las presidencias de Jimmy Morales y del saliente Giammattei se han caracterizado por un persistente deterioro del estado de derecho, con enjuiciamiento a periodistas, activistas, militantes y personas comunes bajo cargos denunciados como políticamente motivados. Todo el proceso electoral despertó profundas críticas al ver a dirigentes de alto perfil impedidos de presentarse, amparándose en justificaciones con escaso asidero.

Pero no veremos a Giammattei comparado con el venezolano Nicolás Maduro o el nicaragüense Daniel Ortega, ni siquiera con el ya retirado hondureño Juan Orlando Hernández, lisa y llanamente porque sus detractores tampoco lo harán. No se trata de Giammattei. Si pudiesemos calificar a Guatemala como una dictadura (aunque existen argumentos todavía para afirmar lo contrario), podríamos decir que se trata de una "dictadura sin dictador". No hay un autócrata. Es un complejo esquema político-empresarial que opera en las sombras, con personajes como Morales y Giammattei como simples portavoces, y cuyos jerarcas resultan difíciles de identificar.

Esta falta de centralización, sin embargo, puede haberle jugado en contra al proyecto autoritario guatemalteco. Desde un inicio se supo a quienes buscaban perjudicar (la izquierda en su conjunto y candidatos de derecha independientes que no les respondieran) pero no a quienes buscaban beneficiar. Aunque Zury Ríos y en menor medida Conde se consideraron los más beneficiados por las descalificaciones y el ambiente tenso de la campaña, había hasta cinco candidatos fuertes que podíamos denominar de derecha, con campañas muy parecidas casi exclusivamente basadas en el populismo penal y el conservadurismo social.

Es así como estos postulantes se repartieron, cual rodajas de pan, casi un 40% de los votos entre ellos. Tras la descalificación de Thelma Cabrera, los medios de comunicación importantes y las encuestadoras de peso nunca predijeron que Arévalo o cualquiera de los otros candidatos menores de izquierda tuviera chances serias de llegar al balotaje, así que la derecha no se preocupó demasiado por la unidad del voto. Eso lo dejaban para agosto, un agosto que los dejó de lado a ellos.

A pesar del durísimo revés para estos espacios, sus aparatos siguen existiendo, aún si se ven obligados a cambiar de estrategia y representante. Son los que tendrá que enfrentar Arévalo este 20 de agosto y, en caso de que gane, lo que tendrá que afrontar como presidente (con un Congreso, todavía por definir, en el que no tendrá mayoría). Pero mientras tanto, varios guatemaltecos (muchos de los cuales acudieron a las urnas apáticos, convencidos de que su voto por Arévalo era simplemente una forma de sentirse bien consigo mismos frente a un sistema que no los representaba) expresan su alivio por el resultado.

"Ganó el hartazgo de la población, de gobiernos hipócritas irrespetuosos del estado laico que se supone que somos", comenta exultante Alex, un joven de la Ciudad de Guatemala que accedió a dialogar con Carta Política, "de gobiernos que nos han mantenido en la miseria y la imperante corrupción". Parece ser la visión de muchos ciudadanos que, entre el 15 o 20% a opciones opositoras, el 17% de voto en blanco y hasta un 40% de electores que directamente no concurrió a votar, exponen una Guatemala que parecía ir hacia "Guatepeor" pero que, con un giro impactante de los acontecimientos, se ve con chances sorpresivas de virar a "Guatemejor".

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