Zambia: Rotundo triunfo para la oposición

Por Felipe Galli

Aunque la política africana es un tema fascinante para el estudio, es un continente que en cuestiones electorales rara vez se caracteriza por las sorpresas. Muchas de las instituciones de los países africanos son débiles o están sometidas al control de autócratas de larga duración y por lo tanto sus procesos electorales tienden a ser bastante similares, aunque cargados de violencia y tensión. Aunque Zambia no ha escapado a estas dos cosas, el descontento del pueblo con un gobierno cada vez más represivo con una política económica fracasada reventó las urnas este 12 de agosto con un aplastante triunfo para la oposición. ¿Qué ocurrió? ¿Qué nos trae la polarizada contienda en este lejano país africano?

Este 12 de agosto, la República de Zambia celebró elecciones para renovar la presidencia, los 156 escaños de su Asamblea Nacional y sus autoridades locales. Se presentaron dieciséis aspirantes a ocupar la Casa del Estado por los próximos cinco años y cientos de candidatos para representar a los 156 distritos uninominales del legislativo unicameral. Sin embargo, la pelea estuvo centrada en quienes han protagonizado la vida política zambiana en la última década: el presidente Edgar Lungu, del socialdemócrata Frente Patriótico (PF) y su principal retador, Hakainde Hichilema, del liberal Partido Unido para el Desarrollo Nacional (UPND).

El período de campaña se caracterizó por un estado de tensión permanente. El gobierno de Lungu, que peleaba su reelección, abusó descaradamente de las restricciones impuestas por la pandemia para sabotear la campaña de su oponente, mientras que al mismo tiempo tuvo a su disposición los recursos del estado para realizar actividades proselitistas con absoluta impunidad. Durante el proceso electoral, cuando se hizo evidente que perdería la votación ante Hichilema, resaltó el asesinato de un dirigente de su partido en la región oeste del país (bastión principal de la oposición) para desplegar al ejército e insinuar que la votación no había sido libre y justa.

Esto no pareció servir de mucho. Con una participación electoral casi sin precedentes (70,95%, la más alta para el país en más de cincuenta años), Hichilema obtuvo un triunfo abrumador, con casi el 60% de los votos sobre el 38% del presidente saliente, un margen de aproximadamente un millón de votos. La Comisión Electoral proclamó al ganador faltando solo una de 156 circunscripciones por escrutar. Presionado por su propio partido y ante la certeza de que no era viable desafiar judicialmente una diferencia tan abultada, Lungu reconoció la derrota un par de horas más tarde, prometiendo una transición pacífica.

Ubicada en el centro de la región sur de África, Zambia accedió a la democracia en 1991, tras la caída del gobierno socialista de su primer presidente, Kenneth Kaunda. Desde entonces consolidó una sólida democracia y se convirtió en uno de los países con mayor crecimiento económico del continente, estando cerca de ser calificado como un país de ingresos medios hasta inicios de la década de 2010. Tras la muerte del presidente Michael Sata, en 2014, se celebró una elección complementaria para cubrir el puesto por el resto del mandato, siendo elegido el aspirante del partido oficialista, Lungu.

La derrota de veinte puntos sufrida el jueves pudo ser una sorpresa para el propio Lungu, acostumbrado a las victorias ajustadas, y para observadores de política africana, más que adaptados a la idea de que el presidente en ejercicio tiene una ventaja que casi le garantiza la victoria, pero no para el pueblo zambiano. En contraste con las décadas pasadas, Zambia llegó a las elecciones con su economía devastada por la caída del precio del cobre, su principal recurso. La deuda externa se ha disparado a 12.000 millones de dólares y la inflación trepó en dos años de 9,8% en 2019 a un pico histórico de 17,8%. En noviembre pasado, se convirtió en el primer país en caer en default soberano desde el inicio de la pandemia.

El aumento de la deuda es solo la punta de un enorme iceberg. El gobierno del Frente Patriótico está acusado de haber incurrido en un duro retroceso democrático, con un aumento de la percepción de corrupción, los arrestos arbitrarios (el presidente electo, Hichilema, fue detenido hasta quince veces en los últimos seis años) y las denuncias de fraude electoral en las dos votaciones que ganó Lungu (2015 y 2016). Varias personas han denunciado que los militantes del gobierno les cobran "impuestos informales" recurriendo al chantaje y la intimidación.

Lungu puso al país (entonces cercano a Occidente) bajo la órbita de China, al extremo de ser acusado por sus oponentes de haber subordinado la nación a la potencia asiática. Gran parte de la abultada deuda zambiana proviene de "proyectos de infraestructura" financiados por préstamos pedidos a acreedores chinos, que los críticos denuncian como insostenibles o mal administrados. En esas circunstancias se llegó a esta campaña electoral, en el cual ya se podía percibir un ambiente de "cambio", aunque estaba en duda si Hichilema podría ganar o sí el control de Lungu sobre el estado le permitiría torcer la votación.

Categorizar ideológicamente a los políticos africanos es algo muy complejo por la influencia de cuestiones tribales, regionales y religiosas más que doctrinarias, así como la tendencia a los liderazgos autocráticos que impiden la existencia de un sistema de partidos consolidados en muchos países, Hakainde Hichilema (apodado "Bally" por sus seguidores en Twitter, donde es muy activo), de 59 años, tiene aspectos muy similares a los de cualquier candidato de centroderecha clásico: empresario millonario con una licenciatura en Economía y un máster en Finanzas y Estrategia Comercial con un discurso que apela al "cambio", la mano dura con la corrupción y el crimen; y las libertades económica y política. Compitió cinco veces por la presidencia con su partido, de corte liberal, antes de finalmente lograr la victoria en el sexto intento.

Mientras que a nivel internacional hay una tendencia al "triunfo de los oficialismos" desde que comenzó la pandemia, África (sin duda el continente que más sufrirá las consecuencias económicas del Covid-19) parece estar enfrentando vientos de cambio. Lungu es el tercer mandatario del continente que pierde la reelección después del malauí Peter Mutharika (que cayó ante Lazarus Chakwera en una repetición electoral luego de que la primera votación fuera anulada en medio de denuncias de fraude) y el seychellense Danny Faure (curiosamente también contra un candidato que competía por sexta vez, Wavel Ramkalawan).

Las tres victorias fueron contundentes, quebraron hegemonías que superaban la década de duración y fueron protagonizadas por candidatos que ya habían competido al menos dos veces antes. Esto ha levantado expectativas en naciones como Zimbabwe, Kenia o Angola. En la primera, se espera que 2023 sea una repetición de la contienda de 2018 entre el presidente Emmerson Mnangagwa (del partido ZANU-PF, gobernante desde 1980) y el líder opositor Nelston Chamisa. La segunda celebra elecciones más próximamente, en 2022, y el presidente Uhuru Kenyatta no puede reelegir, pero tocará ver si finalmente se le dará el tan ansiado triunfo al histórico dirigente Raila Odinga luego de tres intentos (y medio) fallidos (ninguno de los cuales reconoció como limpios). En la tercera, que también votará el año entrante, una coalición de partidos podría poner en jaque al imbatible MPLA, con más de 45 años de régimen autoritario a sus espaldas.

Volviendo y finalizando con Zambia, le tocará a Hichilema asumir con una vara muy alta, elevadas expectativas y un panorama nacional e internacional extremadamente complejo. Por lo pronto, el país puede respirar hondo por haber pasado con éxito una prueba de fuego en su democracia.